Por José Ignacio Fernández de Carranza y Delgado.

«La Promesa nos trajo el mensaje de que no se había perdido la frescura de nuestro verso».
No, no fue bien recibida, no. Que conste que, entre los «aguerridos y ortodoxos» jóvenes formados en la mística enfervorizada de los viejos campamentos, endurecidos en la búsqueda permanente de la entraña de la vieja piel de toro, enardecidos por la lírica y la música de un entrañable cancionero de luchas y lealtades (no siempre bien entendidas y con frecuencia utilizadas), de ausencias y compromisos, de revoluciones pendientes y de sonrientes primaveras. No, no fue bien recibida. Fue, más impuesta, que explicada; más leída que meditada; más propagada, que asumida.
Muchos, muchísimos, y no los peores ciertamente, quedaron en el camino. Muchos, muchísimos, en su propio solar se sintieron extraños, se lamieron sus heridas, se bebieron sus lágrimas, apretaron los puños, mascullaron alguna imprecación, recogieron sus pertrechos y sus decepciones y marcharon en busca de nuevas (o viejas) banderas.
Fue lenta, pero segura la aceptación de la Promesa
No, no fue una sencilla transformación, no fue gratis en modo alguno; la aceptación primero, la normalización después y la asunción por último de las once afirmaciones de la Promesa y de todo lo que ello entrañaba (cambios de uniformidad, incorporación paulatina de nuevas canciones con nuevas letras y hasta con distintos compases, nuevas presencias sociales y hasta nuevos y más actuales ademanes).
Pero ¡Qué diablos! «La Proa siempre tiene razón frente a las bandas». El magnífico equipo que Cancio formó para la nueva singladura (Carlos G. Mauriño, Ignacio García, Adriano Gómez Molina, Paco Vigil, Paco Riego, Marciano Cuesta Polo,…), acabó acertando con la música melodiosa que los nuevos tiempos demandaban. Fue lenta, pero segura la aceptación de la Promesa.
El tiempo de los jóvenes es para ser cantado por los propios jóvenes.
José Antonio
No fue únicamente la Promesa, ¡hubiera sido menos costoso! Se trataba de toda una «liturgia» que acompañó a esta renovada mística (nuevas y menos guerreras músicas, nuevas y más consonantes letras con el momento social) y hasta un nuevo y más jovial lenguaje, contribuyeron a «enganchar» lenta pero inexorablemente a los más reacios y apegados a las viejas tradiciones. ¡Qué razón tenía el Jefe! «El tiempo de los jóvenes es para ser cantado por los propios jóvenes, y resultan inútiles las viejas liras buscándole la gracia al gesto de nuestra generación».
Se trataba, aunque nunca fue suficientemente explicado, de cambiar el atuendo, los pertrechos, el ritmo de nuestros pasos, el tono y la letra de nuestras canciones, el ademán de nuestras presencias… y hasta el color de nuestros sueños. Conservando, eso sí, todo aquello que, por encima de contingencias, había contribuido a conformar todo un magisterio de costumbres, que llamamos Estilo.
Acatada primero, entendida después.
La Promesa, y todo lo que su puesta en escena supuso, nos trajo el mensaje de que no se había perdido la frescura de nuestro verso; de que se podía seguir soñando con futuras y alegres primaveras. Y, así fue; acatada primero, entendida después, asumida más tarde y abrazada por último; como la gran mayoría nos fuimos convirtiendo en misioneros de la «buena nueva».
Y… ¿después? Sesenta años después, los que mantenemos la llama encendida en cuyo rededor han ido sumándose paulatinamente hombres y mujeres, ¡esmerados productos de la propia Organización!; seguimos contumaces. Sí, seguimos contumaces en la búsqueda permanente del Joven formado en la fidelidad a unos valores universales e inalterables:
Dios, patria, familia, lealtad, justicia, libertad, camaradería, responsabilidad, trabajo, servicio SERVICIO.
«Jóvenes fuertes, alegres, generosos. Con fortaleza física y moral; con alegría nacida de su confianza en Dios, en sí mismos y en los demás; con una permanente generosidad para el juicio y la colaboración; con una constante voluntad de perfección individual y social. Creo que el lema de la Organización «Vale Quien Sirve», es bastante expresivo. El fin último de la Organización es el de conseguir un español capaz de cumplir cabalmente sus deberes civiles. En este sentido, nos importa, sobre todo, formar hombres de carácter, con criterios seguros para discernir en libertad; respecto de su Patria, de la verdad o del error; de la justicia o de su ausencia; y calar en la entraña auténtica de los grandes tópicos políticos de su tiempo. Fortaleceremos para ello, al máximo, el espíritu de iniciativa de los afiliados y su sentido de la responsabilidad a través de su participación en la elección, planteamientos y dirección de actividades. Vale más una experiencia que cien lecciones”. López Cancio ante los micrófonos de Radio Nacional, en 1961.
Pues eso, camaradas, pues eso.
Vale Quien Sirve

José Ignacio Fernández de Carranza y Delgado
Miranda de Ebro (Burgos), 1939. He sido oficial instructor de Juventudes y licenciado en Educación Física. En el seno de la OJE asumí la dirigencia en distintas ocasiones, primero en Ávila (1962-1969); en Cuenca (1969-1972), y posteriormente de toda la Organización (1972-1976); a partir de 1978 y hasta 2012 he sido su presidente nacional. En la actualidad ostento el privilegio de ser presidente de honor de una organización que tantas satisfacciones me ha dado.

No fue bien acogida la fundación de la OJE, que venía a sustituir a las FF. JJ. de Franco. Pero era razonable y necesaria su fundación y al tiempo y con ella la puesta al día de un mundo juvenil que había cambiado. Tengo la opinión de que en las años sesenta se conoció mejor el mensaje juvenil con arreglo a esos años, sin por ello faltar a lo más importante: servir a España.
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