Por Nicolás Nogueroles Peiró.

«La forma de la Promesa, sobriedad en el lenguaje y propiedad en los términos».
Llegué a la OJE al mismo tiempo que España iniciaba la transición política y me encontré con una organización en pleno proceso de cambio en el que unos, los menos, clamaban por lo que ya no era y otros, los más, trabajaban por lo que aún no era. Viví un período de cambio necesario combinado con la indispensable permanencia. Pronto España tuvo una Constitución que proclamó como valores superiores la libertad, la igualdad y el pluralismo político. Aunque veíamos el futuro con incertidumbre teníamos un proyecto y, lo que es más importante, unos criterios de partida. Hoy, cuarenta y cinco años después, cabe preguntarse: ¿qué es lo que ha hecho posible esta pervivencia durante más de medio siglo?
La respuesta está, además de en las personas, en la existencia de un sentimiento de comunidad, de pertenencia a algo, sin el cual las instituciones y organizaciones no perviven. El origen de este sentimiento de comunidad está en la Promesa. Todos hemos experimentado, y no es algo teórico, el sentimiento de comunión que surge cuando nos encontramos con afiliados de distintas partes de España, a los que previamente no conocemos. Nuestras señas están bien claras y, por ello, ya sabremos reconocernos en las calles de cualquier ciudad como dice una de nuestras canciones.
Cada valor o principio plasmado en la Promesa está recogido en términos abiertos.
La promesa recoge los principios y valores que dan coherencia y sentido a la manera de actuar de la Organización. No están redactados en forma de mandato o norma y, por eso, cada generación puede apoyarse sobre lo construido por la anterior y descubrir nuevos aspectos y matices. Además, reflejan el contenido esencial de la O.J.E. pues recogen aquellas decisiones fundamentales que la definen de manera que la alteración de sus principios daría lugar a otra organización.
Cada punto de la Promesa supone plantearse un interrogante sobre las cuestiones decisivas que afectan al hombre y a la sociedad en que vivimos. Precisamente las afinidades que cuentan entre las personas son las que surgen al plantear estas cuestiones radicales de la existencia. Ahora bien, cada valor o principio plasmado en la Promesa está recogido en términos abiertos, de manera que cada generación, con las particularidades y problemas específicos de su época, trata de comprenderlos, interpretarlos, y vivirlos buscando unos referentes intelectuales que no necesariamente son siempre los mismos. Los textos, autores y pensadores tenidos en cuenta por mi generación no coinciden con los que tuvo en cuenta la generación precedente y seguramente también difieran los de la actual generación de jóvenes.
Una educación en la libertad que permita adquirir las certezas necesarias para la vida.
La OJE como movimiento educativo tiene una propuesta positiva, la Promesa, para afrontar la realidad. Lo anterior implica que el joven ha de confrontar su contenido con la situación que vive en cada momento, verificar lo que la Promesa supone y ver si responde a sus exigencias como persona. Esto sólo puede realizarse con una educación en la libertad que permita adquirir las certezas necesarias para la vida.
En mi época de afiliado tuvimos que confrontar las propuestas de la promesa con la nueva realidad social surgida de la llamada Transición, que tenía y sigue teniendo su mejor expresión en la Constitución de 1978.
La norma suprema establece la aconfesionalidad del Estado, pero los poderes públicos se obligan a tener en cuenta las creencias religiosas de la sociedad y mantener relaciones de cooperación con las confesiones religiosas (art.16 CE). La O.J.E. desde su fundación tiene carácter aconfesional pero también estima las creencias religiosas. Así, el primer punto de la Promesa plantea las preguntas trascendentales del ser humano sobre el sentido de la vida, ¿para qué vale la pena vivir? y ¿cuál es el fundamento último de la realidad? Estas preguntas proceden de lo más profundo del hombre y exigen una respuesta personal. La Promesa no elude las preguntas decisivas y, porque no se avergüenza de la civilización occidental, valora el legado de Atenas (la razón), de Jerusalén (la religión) y de Roma (el derecho).
Ante el vaciado conceptual, nuestra Organización ha mantenido el término España principalmente como sustantivo.
La Constitución proclama que se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española para a continuación reconocer y garantizar el derecho a la autonomía (art. 2CE). La Promesa reconoce como valor la unidad entre las tierras y los hombres de España. Ahora bien, esta unidad es compatible con un Estado unitario, autonómico federal. Lo decisivo no es la forma de Estado cuanto la conciencia de la unidad, el sentir la responsabilidad de ser español dentro de la necesaria comunidad de los pueblos. No es tiempo de aislacionismo sino de cooperación. Me gustaría subrayar qué durante estos años, ante el vaciado conceptual, nuestra Organización ha mantenido el término España no sólo como adjetivo sino principalmente como sustantivo.
La dignidad humana, los derechos inviolables, el libre desarrollo de la personalidad y el respeto a la ley son el fundamento del orden político, dice la norma fundamental (art.10 CE) y en su preámbulo manifiesta su voluntad de consolidar un Estado de Derecho que asegure el imperio de la ley. En términos similares, la Promesa afirma la libertad de cada hombre, proclama la prevalencia del imperio de la norma justa y el valor de la justicia.
La forma de la Promesa, sobriedad en el lenguaje y propiedad en los términos
El reconocimiento de los derechos fundamentales por la Constitución como algo previo al orden político no puede estar más conforme con la antropología que subyace en la Promesa. Esta, como conjunto de principios y valores, implica una imagen de hombre que se plasma en una ética y da lugar a unos comportamientos que conforman un estilo.
La forma de la Promesa, sobriedad en el lenguaje y propiedad en los términos, está ligada a los valores que representa, garantiza la unidad entre las diversas generaciones y fomenta la idea de pertenencia. Es recomendable que las instituciones tengan signos perdurables que las identifiquen en el tiempo y un cambio en la forma podría suponer una alteración del contenido. Además, cualquier otra síntesis debería mejorar la redacción actual y la presente está muy lograda.

Nicolás Nogueroles Peiró
Gandía (Valencia), 1963. Fui afiliado de la OJE en en mi ciudad natal y llegue a ser su presidente local. Entre las muchas actividades en las que he participado guardo un grato recuerdo de la Marcha Nacional de Arqueros a Santiago de Compostela, en 1976; también de una actividad internacional en Finlandia, en 1977; y, muy especialmente, del Foro Nacional de Mombeltrán, en 1984. Profesionalmente soy registrador de la propiedad y profesor asociado de la Universidad Pompeu Fabra.
